El Papa Dos

Dije unas cosas de Juan Pablo Segundo para consolar a mi tía Carmen, y ya no está triste, pero está furiosa.

Y no sólo ella: muchos oyentes que ahora exigen que me rectifique.

Pero voy a ser muy franco: ¿no sé cómo hace uno para rectificarse de lo que honestamente piensa?

Un oyente me dijo que debería respetar la fe de los demás, aunque no la comparta, y que respete a los católicos aunque yo no sea católico:

¿Le parece a ese oyente que acaso tengo cara de monje zen?

Me queda imposible no ser católico porque fui ensamblado con los maderos psicológicos del catolicismo, y por culpa de ellos tengo esta horrible tendencia de sobrevalorar el sufrimiento, exhibir el dolor, dejarme gobernar por la culpa y demás prisiones mentales.

Es imposible no ser católico porque fue una imposición social y cultural que me asumí desde el nacimiento.

Otra cosa es que hago parte de esa generación que se distanció de la iglesia por algunas posturas demasiado conservadoras promovidas por Juan Pablo Segundo.

¿Qué puedo hacer si me parece absurdo que la iglesia, bajo la voz del Papa, se haya metido en una guerra feroz contra en condón, aun en continentes infestados de sida como África, como si el preservativo fuera un asunto de moral y no de salud pública?

¿Qué puedo hacer si me parece retrógrado prohibir las relaciones sexuales prematrimoniales; creer que es mejor persistir en un matrimonio fracasado que procurar un divorcio pacífico; jurar que es mejor tener un hijo no deseado a tomarse una píldora anticonceptiva, y todas esas cosas que pregonaba Juan Pablo Segundo?

¿Qué puedo hacer si me parece fascista aislar a los homosexuales como lo hace la iglesia oficial?

¿Qué puedo hacer si me parece machista la posición papal de creer que las mujeres no pueden ordenarse de sacerdotes ni tener un papel diferente en esta tierra al de ser madres abnegadas, paralizadas por el llanto?

Católico soy, y de los que por este tipo de gestos de la iglesia pertenece a la tendencia de la deserción: no más en Brasil, el 20% de creyentes están en las mismas que yo, que es hablar con Dios sin intermediarios que se intrometen y juzgen las libertades personales.

Lamento si ofendí a alguien, pero no me muevo de lo que dije.

Yo no le impongo mi moral a nadie pero defiendo el derecho de que nadie me la imponga a mí.

Pienso lo que digo y digo lo que pienso.

Por eso me pagan, qué puedo hacer.

Y con mi salario le mandaré unas flores a mi tía, para que vea que no soy tan malo.

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