Se murió el Papa

Mi tía la del Opus se puso tan triste con la muerte de su santidad Juan Pablo Segundo, que no tuve más remedio que buscar la manera de consolarla.

Es difícil, claro, porque el Papa es un gran hombre y ella fue de las que se puso brava conmigo cuando dije hace unos meses que Su Santidad ya había muerto, pero que había un sistema de cuerdas y poleas a través del cual lo exhibían en la ventana como un títere que reparte bendiciones para todos estuviéramos tranquilos.

Se puso brava entonces, pero ahora está triste, mi tía.

Claro: es una pérdida muy grande, le dije, todo un acontecimiento.

Pero no olvides, querida tía, que fue este mismo Juan Pablo Segundo quien el 2 de abril de 1987 no tuvo ningún problema en ir a Chile a saludar a Pinochet, uno de los dictadores más asesinos y sangrientos que ha dado la historia.

Allá estuvo avalando con su presencia un régimen que encerraba gente en el estadio y la mataba, como si fueran bestias, y no tuvo mayores problemas de moral al estrechar la mano ensagrentada de Pinochet y luego darse la bendición. Era la mano derecha, sobre decirlo.

Es una pérdida terrible, tía, porque era un hombre admirable este Papa.

Pero recuerda que su hermandad con el Opus, que es tu obra, tía, hizo que la economía de mercado prácticamente hiciera parte de la moral católica, y desde entonces cualquier gestión de equilibrio social que haga la iglesia parece un accidente.

Un enviado del cielo, sin duda.

Pero no olvides, querida tía, que más de una vez se refirió a minorías como las de los homosexuales sin el amor y el respeto que tanto pregonaba, y más bien hablando de ellos como si fueran monstruos anormales, con lo cual elevaba su espíritu discriminatorio como quien eleva una hostia.

Y que fue así de discriminatorio también con las mujeres, a las que les negó el chance de ejercer el control de la natalidad y ante cuya ordenación se opuso con vehemencia, como si ellas no sirvieran para tener papeles activos.

Eso para no hablar sino de poquísimos resbalones que tuvo Su Santidad. Es más, le insistí a mi tía: puede que él mismo haya abolido el cielo y el infierno por si las moscas, para no ir a caer en momentos como este en tierra caliente.

Le dije todo eso. Y no es que yo piense semejantes cosas, díos me libre, prefiero persignarme: las dije sólo para consolar a mi tía, a quien sea esta la oportunidad de mandarle un respetuoso saludo.

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